De Roadtrip por Guatemala

Descubrir Guatemala puede compararse con tomar una taza de buen café: en un principio, el empaque y las referencias prometen; el aroma y  la textura preparan para la fiesta de sentidos que con cada sorbo estimulan cuerpo y mente para, finalmente, quedar con ganas de un poquito más.

Así es Guatemala. Aunque las referencias e imaginarios prometen y los primeros matices preparan, la verdadera fiesta comienza en el momento en que se empieza a pasar por sus paisajes tan cambiantes como diversos, a acercarse a su gente (probablemente la más amable y abierta que conocerán jamás) y a dejarse envolver en una cultura que poco a poco se hace sentir, respetar y querer.

Las carreteras están en perfecto estado y listas para recibir al viajero, solo hacen falta la voluntad de abrirse sin reservas a este fascinante país, un buen par de cervezas Gallo y, por supuesto, una excelente compañía.

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Primera parada: Lago de Atitlán y Chichicastenango

Desde Ciudad de Guatemala o Antigua resulta muy fácil y agradable llegar al imponente Lago Atitlán. Custodiado por tres guardianes, los volcanes de San Pedro, Tolimán y Atitlán, este lago posee sin duda una energía especial. Basta vislumbrarlo a lo lejos para sentir la paz que de sus aguas emana, la fuerza que sus volcanes imponen y la sabiduría de la que Tz’utujiles,  Kaqchikels y K´ichels han llenado al aire desde tiempos inmemoriales. Atitlán es la combinación perfecta entre la magnitud de la naturaleza y el retumbar de una cultura viva que, a pesar de la historia turbulenta del pasado, se resiste a perder sus raíces.

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Doce pueblos bordean el lago, cada uno con su encanto particular y a la medida y gustos de cada uno. Para los más fiesteros San Pedro la Laguna, para pasar el día paseando por el puerto, Panajachel y para una experiencia tranquila y rodeada de terapias de sanción holística, San Marcos la Laguna. En este increíble lugar de calma y contemplación se puede, en  una noche con suerte, presenciar  a lo lejos una erupción de lava del Volcán de Fuego entre la luna reflejada en el agua, al compás de todas las estrellas posibles y por supuesto, acompañado de un vaso de ron Botrán.

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Chichicastenango_guatemala_embarcaEn esta ruta, un desvío que vale toda la pena es Chichicastenango, un pequeño pueblo entre las montañas en la región del Quiché donde jueves y domingo se dan cita artesanos, campesinos y comerciantes en tal vez uno de los mercados más coloridos de toda América. Chichi, como lo llaman los locales, es un espectáculo de color y textura. Las infinitas variedades de textiles provenientes de todas las regiones de Guatemala se mezclan con los olores que despiden las hierbas, frutas y vegetales frescos que han sido transportados por horas para ver la luz en este mercado. Este será un verdadero paraíso para quienes quieran conocer más de cerca la artesanía local y apreciar la diversidad étnica y cultural característica de la región.

Aquí, dos Iglesias reinan en lo alto: la Iglesia de Santo Tomás y la Iglesia del Calvario. La primera, destinada a los ritos católicos tradicionales y la segunda en la que convergen éstos último con la tradición ancestral Maya. Allí los indígenas buscan al Chukajau, el sabio local y hubo un tiempo en que el aguardiente hacía parte de la peregrinación a este iglesia porque  “Dios es espíritu y al beber alcohol el espíritu se libera”.

La Ruta de las Maravillas a Semuc Champey

Para llegar a esta maravilla natural de pozas turquesa y ríos subterráneos en el departamento de Alta Verapaz, hay que atravesar varios universos igualmente impresionantes y de una belleza que cautiva sin parar . Es probablemente uno de los recorridos más bonitos y variados de los 1.500 kilómetros de este roadtrip y el más recomendado de toda la ruta. Pasar de paisajes desérticos con cañones que recuerdan Arizona, a bosques de pino y bosques nubosos de todos los verdes para finalmente adentrarse en montañas cafeteras hacen de estos 290 kilómetros un verdadero deleite.

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Al final del camino, una sorpresa aún mayor espera. Semuc Champey o “donde el río se esconde”, es un espectáculo natural que vale bien lo remoto de su ubicación. La magia de este lugar consiste en la superposición de dos fuentes de agua que logran un efecto sin igual. Allí, el río Cahabón, uno de los más caudalosos de la zona, llega a un lugar conocido como  El Sumidero donde desaparece de la superficie sumergiéndose bajo una cueva milenaria para volver a salir por el otro extremo. Por su parte, el techo de esta cueva está compuesto por pozas de colores alucinantes alimentadas por manantiales cristalinos que bajan de la montaña.  Turquesa, esmeralda, aguamarina y mil tonalidades más que contrastan con el verde de las laderas hacen de este santuario uno de los más hermosos del país y donde un chapuzón trasciende la experiencia misma.

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A Toda Marcha Hacia El Petén

Una de las ventajas de viajar en carro, es que la distancia entre Semuc Champey y la isla de Flores en el departamento de Petén puede realizarse a través de las montañas remotas de la Alta Verapaz en vez de tomar la carretera principal sin que esto altere el tiempo de viaje. Aunque destapada y angosta en su primer tramo, los paisajes valen la pena y se logra ver un poco más de cerca la verdadera vida rural Guatemalteca.

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El paisaje vuelve a cambiar dramáticamente a medida que se acercan las selvas del Petén. Las montañas escarpadas dan paso a llanuras de cielos limpios y claros donde s pierde la línea del horizonte, el ganado y el sol potente acompañan la ruta entre palmas africanas hasta llegar a la isla de Flores, un enclave privilegiado en medio del lago Petén Itzá.

Flores, con sus calles empedradas y sus casas coloridas, es  un gran lugar para dejarse tentar por los manjares locales en los puestos del puerto  y dejarse contagiar de la amabilidad y ritmo tranquilo de sus habitantes. Es también el punto de partida hacia una de las maravillas arqueológicas más impresionantes de todo América y uno de los legados más imponentes del mundo Maya: el complejo de Tikal.

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Construído en olas sucesivas por un periodo de casi novecientos años, Tikal surge en medio de la selva como un eco certero del poder y grandeza de los que estas tierras fueron testigo.  Centro económico, político y religioso, vio su decadencia y abandono a la par del colapso de la civilización Maya en las tierras bajas. Recorrer con calma este complejo, admirar y subir sus templos y pirámides de más de 44m de altura entre la selva, entre  una infinidad de cantos de pájaros, produce el humilde vértigo de saberse muy pequeño en medio de una historia que continúa sin ser contada. Hay quienes dicen que los creadores de esta maravilla desaparecieron sin dejar rastro. Nada más lejos de la verdad, el rastro está allí, está vivo en cada piedra y escalón, en cada camino y escultura, listo para ser retomado y devuelto al lugar que merece en la historia de la humanidad.

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  El Broche de Oro: Río Dulce

Tomando rumbo hacia el sur y equidistante de las frontera de Belice y Honduras, una gran parada final antes del regreso a la ciudad es Río Dulce. Este lugar donde el agua nuevamente es protagonista, ve convertirse al lago Izabal (el más grande del país) en un río de flores de loto y aves exóticas que finalmente desemboca en el Mar Caribe. El paseo en lancha es obligatorio, sobretodo si se quiere acceder al famoso pueblo de Livingston, cuna Garífuna de Guatemala donde las raíces caribe y afro  se unen a la diversidad cultural del país. Es también la oportunidad perfecta de imaginar historias de piratas de otros tiempos gracias al Castillo de San Felipe, situado estratégicamente en la entrada al lago y que fue pensado como un bastión contra el pillaje y saqueo que por el siglo XVII azotaba el Caribe.

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Definitivamente, y de nuevo gracias al carro, la mejor opción es encontrar un alojamiento alejado y al borde del río. Una pequeña cabaña de madera entre los manglares es el escenario perfecto para mirar hacia atrás en plena satisfacción de haber recorrido un país tan rico, tan diverso, tan amable y tan perfectamente estimulante como un taza de buen café. La sed de más mitigada con la infalible Gallo y el agradecimiento por 1.500 kilómetros de sorpresa para los que sólo se necesitan, como se dijo ya, las ganas de verlo todo y una excelente compañía.

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